viernes, 22 de agosto de 2008

LA TRAMPA DEL CONSENSO


¿Alguien puede estar en desacuerdo con el diálogo y el consenso? Con unanimidad se dirá que es “el estado ideal” en una democracia. Todos estaríamos felices si todos los temas fueran “consensuados”.
El problema es que lo consustancial de la política es el conflicto, máxime en sociedades como las nuestras con brechas escandalosas entre ricos y pobres por la pésima distribución de la riqueza.
En ese contexto, es hasta lógico que el conflicto sea la norma y el “consenso integral” la excepción.

Miren lo que sostiene Alfredo Zaiat con gran lucidez: “un aspecto relevante consiste en evitar caer en la trampa de lo que hoy se denomina consenso. Esa palabra reúne una aceptación generalizada porque refleja el ideario de unidad y de generosidad de las acciones de los agentes sociales por el bien común. Pero quienes la levantan como bandera son, en realidad, defensores de intereses corporativos minoritarios. O sea, el consenso que se ofrece trata de responder a las demandas de los grupos de poder.

Ese comportamiento y utilización del lenguaje para dominar es la renovada reinterpretación de la democracia por parte de los representantes del establishment.
Se puede observar con más nitidez en la última elección boliviana. Evo Morales arrasó en las urnas con casi 7 de cada 10 votos a favor. Y el reclamo que le hacen al revalidado líder de una amplia mayoría luego de semejante victoria es que tiene que buscar el consenso, como si esa avalancha de votos no hubiese sido suficiente muestra de legitimidad.

Para el poder económico, en realidad, el consenso se traduce en que los gobiernos deben implementar medidas que los favorezcan sin importar los votos de la democracia. Esa misma idea conceptual es la que aquí se ha impuesto en estos meses a partir del conflicto con el sector del campo privilegiado.

Un proyecto aprobado en Diputados y desempatado en el Senado por un voto “no positivo”, que terminó en la derogación de la resolución que dispuso retenciones móviles a cuatro cultivos clave, se descifra en que la sociedad pudo así alcanzar un consenso y un clima de paz social. Esto es convalidado por gran parte de los medios porque la marcha atrás de esa medida fue en beneficio del poder emergente del siglo XXI constituido por la trama multinacional sojera”

“El escenario que ha dejado ese traumático proceso es que para las cuestiones relevantes de la economía ahora se impone esa gaseosa concepción del consenso. Y ya se sabe cuál es la orientación de las medidas para satisfacerla… si se va a transitar por el camino de lo que hoy se conoce como “consensos”, predominarán las iniciativas ortodoxas del ajuste. Estas brindarán la promesa de un futuro venturoso frente a los costos de los sacrificios presentes”

Cabría agregar, a esta trampa del consenso (vía utilización sagaz del lenguaje) que nos propone la peor derecha, que hoy se valen también de nuevos eufemismos: desacreditada la palabra “ajuste”, ahora simplemente se limitan a señalar: “el modelo económico necesita un service” o “un retoque” y, por supuesto, proponen un ajuste.

Como ya señalé en otros artículos de este blog, es el profesor George Lakoff de la Universidad de Berkeley, traducido al español por Fernando Cassia, quien los desenmascara con precisión: "El lenguaje siempre conlleva adjunto lo que se denomina "encuadre" (framing). Cada palabra es definida en relación a un conjunto conceptual. ¡Y vaya si el del consenso no es un buen encuadre!

Asistimos con la crisis campestre a una novedad en la historia argentina reciente: un Gobierno insistió en no subordinarse al dictado del capital agrario. El sector respondió introduciendo en la disputa elementos de tortura social: desabastecimiento, inflación, rumores tremendistas, desasosiego.
Como en oportunidades anteriores, la sociedad reaccionó ante esa tortura pidiendo alivio como sea (“diálogo, consenso: que el Gobierno les dé lo que piden y se acabó”). Y lo lograron con el voto “no positivo” de Cobos.
¿Vendrán por más “consenso”? Apuesto a que sí.

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