Cuando salí de Tucumán para presentar mi libro en la Feria de Buenos Aires nunca pensé en vivir dos días tan intensos.
Día Uno:
La cosa empezó cuando quedamos con
Lucas Carrasco en encontrarnos en el bar de la esquina de Canal 26. Paso, le dejo el libro, y me voy al canal. Cuando regreso, con los ojos humedecidos, me dice Lucas lo que escribió una hora después
en un post memorable:
-Boludo, fuimos FORJA.
Me cago de risa. Y me dice: -En serio, boludo, la hicimos... somos historia.
Y me cuenta los ribetes desconocidos, las historias mínimas de vida de Scalabrini Ortiz y Jauretche que pocos deben conocer tan al dedillo. Las similudes de las apuestas contra corriente, de la literatura marginal del subsuelo de la patria que sale a interpelar a la cultura y la prensa del poder en las encrucijadas de la historia.
Cuando empezaba a encontrarle algo de sentido a su razonamiento, me acuerdo que faltaban 5 minutos para que empezara el partido de Atlético Tucumán - Estudiantes de la Plata por la Copa Argentina y le digo: - Vamos a comer a un bar que tenga televisor y me dejen ver el partido.
Me propone que vamos a un barcito abajo de su casa porque puede pedirle al dueño 2 cosas: que me deje ver el partido y que nos haga una parrillada, además allí puede bajar la notebook para escribir sobre el libro. De allí lo llamamos a Gerardo Fernández para que nos acompañe.
Mientras comíamos con Gerardo, Lucas escribía como un endemoniando el post ya citado y de pronto desapareció, como una hora. Me sorprendo al rato cuando comienzo a recibir mensajes de texto y twitters en mi celular de tucumanos emocionados por lo que había escrito Lucas, que algunos incluso ya habían
volcado en un diario digital. En eso llega Lucas y me dice:
_ Me fui a caminar solo y a llorar como un boludo.
No era el único: en las redes sociales a esa altura ya eran muchos los que decían que Lucas los había echo llorar.
Uno nunca está preparado para ciertos momentos de su vida. Representar a Tucumán en una Feria del Libro era ya algo fuerte, impensado unos años atrás.
Pero que, además, te presenten amigos que admiro como Lucas y Gerardo y se lleguen por ahí, con la mayor humildad del mundo, tipos que hicieron más méritos que uno como Mendieta, Patucho, Franco Vitali y el ingeniero Sbariggi.
Que Udi haga un montón de kilómetros para decir presente:
Que blogueros y lectores te pidan una dedicatoria:
Que Patucho, que creó el Nestornauta, te diga que el título es un golazo.
Todo muy loco.
Cuando todo terminó, nos fuimos con Lucas, Gerardo, Lorena García y el Ingeniero Sbariggi a comer unas pizzas justo al frente de la feria (en la esquina de Santa Fé y Thames). Todos tomaban cerveza menos yo. Cuando Lucas lo advierte nos dice:
¡Que mierda nos pasó en el medio para que nuestra historia la termine escribiendo alguien que no toma una gota de alcohol! ¡La historia es una hija de puta!
Como a las once y media de la noche, fruto del cansancio acumulado, todos decidimos irnos a dormir menos Lucas que estalla:
¿Cómo puede ser que la noche que entramos a la historia se vayan a dormir temprano? ¡La gente cree que a esta altura estamos borrachos o drogados, mínimo! ¿Ahora cómo hago para meterle mística a esto? ¡Son unos hijos de puta!
Al día siguiente, ya en Tucumán, cuando mi hijo de 7 años toma por primera vez contacto sensorial con el libro me lleva a un costado y me dice, casi en secreto, al oído: -Papá, guardáme un libro para cuando sea grande.